El Tio Matt (el viajero): No te olvides la toalla cuando vayas a la playa
¿Qué pensáis al ver esta imagen? ... ¿Inseguridad?, ¿calor?, ¿olor a humanidad y a pinreles sucios?, ¿peligro?...
Para mí, sólo le falta una cassette de Rafaella Carrá a toda mecha cantando: "Luca, Luca, donde te has metido", para evocarme esos maravillosos días de playa de mi infancia. Sólo que en lugar de desconocidos indios (puntito en frente incluido), se trataría de mis queridos primos de camino a la playa de los Narejos (sita en el término municipal de Los Alacázares, en Murcia), en pleno corazón del Mar Menor.
El coche elegido, cualquiera de los de la familia valía, ya que íbamos en convoy todos los que estuviesen disponibles (a saber):
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El Renautl 18 del tito Gregorio |
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El Renault 12 del tito Jesús |
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El Seat 124 del tito Manolo |
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El Simca 1200 del tito Juan |
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El Christler 150 de mi padre (el tito Pepe) |
Todos ellos con características similares como son, la ausencia de aire acondicionado, la ausencia de cinturones de seguridad, la ausencia de airbags, la ausencia de control de velocidad (aunque con 10 personas dentro la velocidad nunca era el problema), la ausencia de control de estabilidad y la ausencia de problemas, ya que íbamos a la playa, ¡qué carajo!
De todas formas, en aquella época las familias eran muy numerosas, y siempre nos organizábamos de tal forma que si unos de los coches se accidentaba no se notaba mucho y no fastidiaba el día de playa al resto:
- Vamos a ver, en este coche ya van tres Martínez, dos Sánchez, un Hernández y dos Gímenez... cabe un Hernández más
Si algo pasaba, pues se encargaba un churumbel nuevo y tan ricamente... lo del coche era más irreemplazable, sobraban niños, no coches.
Y allí estábamos toda la tropa, con nuestras camisetas "regalo promocional" de la CAAM, nuestros bañadores ajustaditos, nuestros cuerpos tostaditos por el sol, ya que antes no se estilaba lo de los protectores solares, es más, hubo una época en la que nos untaban con aceite de oliva para darnos un tono más doradito, realmente sólo te quemabas el primer día, el resto del verano eramos inmunes al Rey Sol. Cogíamos todo lo que considerábamos imprescindible para un buen día de playa: cubo y pala (obviamente), flotador, cama hinchable, gafas de bucear, pan y bote de Nescafé (después os explicaré el por qué).
No se si conoceréis la idiosincrasia de la playa de los Narejos, pero por si no, os lo explicaré: se trata de una playa muy estrecha, nada que ver con esas playas kilométricas de norte de España o del mediterráneo, aquí hay escasamente 25 metros desde el agua hasta el paseo marítimo, de los cuales únicamente se usan los 10 primeros, por lo que cuando llegábamos empezábamos a otear el terreno como si del general Patton se tratara, buscando un lugar adecuado para 30 personas, cuatro sombrillas, espacio para que los críos hiciésemos castillitos, y sitio para el abuelo en silla de ruedas. Fruto del adiestramiento conseguido tras años de experiencia hallábamos el lugar apropiado, y siempre en primera o segunda fila.
Antes de que tomásemos posesión de nuestra parcela los niños salíamos en desbandada hacia el agua arrasando con lo que se nos interpusiese, niños pequeños en su primer baño, ancianas relajándose en la zona de los pises (dícese la más cercana a la orilla, se llama así por su alta concentración de orines y ser la zona más calentita y con más propiedades minerales). Obviamente no se podía entrar relajadamente, mojándose los codos y la nuca, había que entrar como en el desembarco de Normandía.
El equipamiento básico para esto era el bañador ceñidito, anteriormente referido, y las indispensables cangrejeras, no sea que pisásemos una piedra puntiaguda o una caracola y nos lesionase.
Es curioso como después de meternos a todos en la trampa mortal que era el coche, después de dejarnos cocernos al sol, después de olvidarse de nosotros durante toda la mañana, en la cual podríamos haber sido secuestrados mil veces por algún depravado sexual, nuestros padres eran totalmente inflexibles a la hora de dejar que nos bañásemos después de comer.... ahí dejo esa reflexión.
El pijo de la familia de vez en cuando se llevaba su flamante barca hinchable. Los pobres nos teníamos que conformar con una cama hinchable, una por familia y tenía que durar todo el verano. El primo pijo tenía que llevarla en la Seat Trans, atada arriba con pulpos de sujeción. Algunas veces era preciso que viajase arriba del coche con su querida barca desafiando todas las leyes de seguridad vial. El día que venía era un día feliz para todos, y como tal contribuíamos a llenarla con nuestros jóvenes y capaces pulmones... tres horas después estaba preparada para surcar el Mar Menor, eso sí, los mayores tenían prioridad con respecto a los pequeños (entre los que servidor se encontraba), con lo que seguíamos a la embarcación nadando, a la espera de nuestro turno. Para haceros una idea, es como la escena final de Titanic en la que Rose esta calentita y a salvo en su madero, mientras que Jack agoniza en las frías aguas.... Yo era Jack. Cuando llegaba nuestro turno ya era hora de irnos a casa, pero estábamos contentos, ya que nos prometían que a la próxima seríamos los primeros... promesa incumplida al 100%.
Si habláis con los mayores del lugar, esos curtidos marineros del Mar Menor, que siempre tejen redes con sus duras manos expertas y fuman en pipa, siempre harán referencia, con su profunda voz, al excelente pescado y marisco del Mar Menor...
- ¡Qué mújoles! ¡qué ostras!...
ahora es
- ¡Coño de medusa!
- ¡mira, una caca flotando!
Os diré, amigos, que hubo un tiempo en el que el Mar Menor no era ese páramo salino de muerte y desolación. Había una fauna acuática de lo más variado, destacando los caballitos de mar. Mi padre era el número uno atrapándolos y siempre nos llevábamos uno a casa... pensándolo bien, es posible que tuviésemos mucho que ver con su desaparición.
Nosotros nos contentábamos con atrapar lo que llamábamos, peces gato, para lo cual nos bastábamos con un bote de Nescafé vació y una barra de pan duro. La técnica era sencilla: piedra dentro de bote, pan dentro de bote, bote dentro de agua, agua dentro de bote, pez dentro de bote, bote fuera de agua, niño feliz... pez triste y generalmente muerto... que queréis que os diga, todavía no se había estrenado Nemo, no estábamos tan sensibilizados.
Y, ¿qué hay de la música? Antes si que se hacían canciones del verano: "El Chiringuito", "No te olvides la toalla cuando vayas a la playa" de Puturrú de Fua; "Aquí no hay playa" de The Refrescos... Aunque la banda sonora de aquellos días de agosto para mí siempre será la de El último de la fila, ya que mis primos mayores los escuchaban a todas horas, y me es imposible escuchar cualquier tema de aquella época sin evocar esos días veraniegos. Otro gran clásico era Rafaella Carra, y sólo había un coche afortunado en el que se podía escuchar sus grandes éxitos, el de mi padre, por lo que era el más cotizado. Era el Carramovil, nos encantaba escuchar la cinta, día tras día, una y otra vez. Nuestra favorita era la canción de "Lucas, Lucas, ¿dónde te has metido? Lucas, Lucas ¿qué te ha sucedido?, Lucas lucas, nunca lo sabré" que era muy triste, ya que pensábamos que trataba de un niño perdido y nos llegó muy profundo. Años más tarde me dí cuenta de que trataba realmente la canción. Era un fulano que estaba liado con la Rafaella (suerte para él, ya que estaba muy jamona), pero un buen día lo vio abrazado a un desconocido, por que el tal Lucas resultó que le gustaban las ostras y los caracoles, ya sabéis a lo que me refiero.
Bueno también había otras canciones muy bonitas, como la de "fiesta que fantástica fantástica esta fiesta"; la de "Para hacer bien el amor hay que venir a sur"; "Caliente, caliente, eo, Caliente caliente, oa"... vamos, que la Carrá era una calentorra del copón... con razón nos gustaba.
Hora de marchar, las dos de la tarde y hay que hacer la comida. Niños al coche en el mismo orden de salida. Una vez en la casa familiar surgía un nuevo problema logístico... las duchas, pero en los 80 no había pudor, ni escasez de agua, así que los mas pequeños nos ponían en una pared y se encendía una manguera y así nos quitaban la sal, ya se que dicho así puede parecer maltrato infantil y se nos viene a la mente escenas de ducha de "La lista de Schindler" o de "Rambo", pero hay que reconocer que era muy refrescante, divertido y rápido. Este era el punto y final a un día de playa, lo bueno era que todos los días eran días de playa, con lo que mañana se repetía toda la ceremonia.